Ahora ha sido el Atlético de Madrid. Pronto será un pedazo del Real Madrid. En València y otros sitios ya sabemos lo que implica. Queda protestar, un camino lícito para espíritus peleones. Pero hay otros refugios donde aislarse de esta deriva inexorable que consume al fútbol. Siempre los hay. Desentenderse del fútbol puede ser la más sensata. Hay otra, más romántica, que a mí, de noche, con la casa en calma y tenue la luz, me gusta frecuentar. Es la web de Todocolección. Ahí puede uno fantasear con comprarse el alma de su club, que es lo más etéreo –y por tanto real– que tiene un sentimiento, y qué otra cosa es el fútbol, esa rutina dulzona de la infancia congelada. Veo una foto antigua. Es delicioso ese niño que mira a cámara y sostiene una bandera atlética en las viejas gradas del Calderón. Es la primavera del 74. El niño, uniformado con el equipaje colchonero, aún no sabe que esa tarde su equipo ganará al Barça de Cruyff, Sotil y Marcial y que él cantará un gol de Luis Aragonés y otro de Heredia mientras agita la bandera. Miro más fotos antiguas, a la venta por un puñado de euros. Veo la imagen de tres amigos ataviados con bufandas rojiblancas en el estadio de su vida: abril del 70, victoria ante el Sabadell y el Atlético gana la liga, por eso ríen y aplauden y agitan las banderas esos jóvenes hinchas con traje, chaqueta, corbata y gorros hilarantes en un instante eterno que es felicidad pura. La noche avanza. La niña duerme. Aparece una camiseta Marbella. Es la de la final de Copa del doblete. La del gol en la prórroga de Pantic. Es la camiseta de Caminero y de Esnáider, la de Kiko y Simeone, puro sabor a Liga Fantástica Marca. Sigue la búsqueda. El vicio. La curiosidad que azuzan la melancolía y el afán coleccionista. Así aparece una tira extraordinaria de cromos diminutos de la temporada 33/34. Son del todavía Athletic de Madrid. Pacheco, Marculeta, Lafuente, Peña, Chacho, los demás. Son cromos de dos o tres centímetros que cabían, plegados, en las cajas de cerillas de aquel año 33: una república de derechas, un Madrid republicano sin corona, un pichichi de liga del Oviedo. Ya ha pasado la medianoche. Solo quedas tú despierto. Te sorprende ese carnet de socio del año 58, ese banderín de partido europeo contra el Ajax del año 71, ese vinilo con un himno efímero del Atleti, esa foto de Jesús Gil dedicada y firmada por aquel antecesor del homo trumpista que fue alcalde de Marbella y que dice: “Para Juan Carlos Floría, de su presidente Atlético, con todo afecto”. El cuerpo dice basta al recordar las risas de Gil y Gil, un eco del país de Pajares, Ozores y Esteso, en El Larguero del ra, ra, ra. La magdalena de Proust a veces indigesta.Pero entonces, como dicen que pronto venderán un trozo del Madrid, el vicio se alarga un rato más. Hasta la una, te prometes. Solo hasta la una de la madrugada. Y ves la camiseta Parmalat con la que Juanito jugó su último partido. Y ves una entrada de fondo sur del partido de homenaje a Amancio, firmada por el mito yeyé. Y ves un balón Adidas usado en la final de la Supercopa del 94 entre el Real Madrid y el Dépor. Y ves la camiseta Otaysa de Hugo Sánchez firmada por el astro mexicano. Y ves un banderín de los sesenta con las rúbricas de Di Stéfano, Puskas, Zoco, Gento y los demás. Y ves la minuta de un banquete en honor a don Santiago Bernabéu en el que sirvieron entremeses variados, huevos escalfados, patatas perejiladas, steak de jamón york, bomba helada, café, licores y coñac y enseguida imaginas el humo del puro y las risotadas. Y ves una entrada al campo de Chamartín del aterrador y hambriento noviembre del 39, cuando el Madrid sin corona de posguerra perdía 3-4 frente al Imperio Madrid.Un fondo americano puede comprarse el Atleti. Un magnate singapurés puede especular con el València. Un grupo inversor británico puede jugar con el Espanyol. El Pachuca mexicano puede controlar el Oviedo. Un extenista neoyorquino puede poseer el Mallorca. Un empresario argentino puede dominar el Elche. A saber quién se comprará mañana un pedazo del Madrid. Todos ellos se compran algo tan frágil y delgado como el presente; algo tan ilusorio e irreal como el futuro. Sin embargo, algunas cosas no se las pueden comprar: los recuerdos personales, la memoria compartida, el alma de un club. Ahí está, me parece, la resistencia. Llámalo poesía. O consuelo. Hay algo más pobre que tener solo dinero: ser tan pobre como para solo querer dinero. Hay un fracaso mucho peor que la derrota: ansiar solo, y a toda costa, ganar.

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