El 4 de febrero, apenas dos semanas después de la segunda toma de posesión del presidente estadounidense Donald Trump, el recién nombrado zar de la inteligencia artificial y las criptos de la Casa Blanca, David Sacks, explicó por qué la nueva Administración estaba apostando por las monedas estables o stablecoins. Según explicó, los tokens digitales emitidos de forma privada y respaldados por el dólar “tienen el potencial de garantizar el dominio del dólar a nivel internacional”, aumentar el uso del dólar de forma digital como moneda de reserva mundial y, en el proceso, crear una demanda potencial de billones de dólares en bonos del Tesoro de EE UU, lo que podría reducir los tipos de interés a largo plazo”. Sin embargo, la realidad puede ser muy diferente.Sacks no es el único que apoya las stablecoins. Stephen Miran, recientemente nombrado miembro de la Junta de Gobierno de la Reserva Federal por Trump, afirmó el día 7 en un discurso que la reciente legislación estadounidense cambia las reglas del juego no solo para el Departamento del Tesoro, sino también para la Fed. Señala que la adopción generalizada de las stablecoins en dólares por parte de los residentes en el extranjero no solo supondrá una nueva y cómoda fuente de financiación para el déficit presupuestario, sino también una nueva y explosiva fuente de entradas de capital para la economía. Un “exceso global de stablecoins”, análogo al famoso exceso global de ahorro identificado por el expresidente de la Fed Ben Bernanke en 2005, inundará la balanza de pagos de EE UU con una avalancha de dinero extranjero. Al igual que con el exceso de ahorro anterior a la crisis, el resultado será un tipo de interés natural (a veces conocido como r-star) más bajo para la economía del país. El resultado es que la Fed podrá flexibilizar la política monetaria sin alimentar la inflación más de lo que lo hace ahora.Miran predice que el efecto no será insignificante. La propia Fed prevé que la demanda de stablecoins podría alcanzar los 3 billones de dólares en 2030, en comparación con los tokens digitales denominados en dólares en circulación en la actualidad, que ascienden a unos 300.000 millones, según CoinGecko. La previsión para 2030 no está lejos de la cantidad total de valores del Tesoro de EE UU que el banco central compró en el marco de su programa de flexibilización cuantitativa durante la pandemia. Un reciente modelo académico sugiere que la adopción generalizada de stablecoins totalmente respaldadas podría hacer bajar los tipos de EE UU hasta 0,4 puntos porcentuales respecto a la hipótesis contraria. Las entradas de capital relacionadas con las stablecoins también pueden provocar una apreciación del dólar frente a otras monedas, lo que añadiría otra fuerza desinflacionista y daría aún más margen para bajar los tipos. Por tanto, la próxima saturación mundial de monedas estables representa “un elefante en la sala de varios billones de dólares para los banqueros centrales”, según Miran.Las monedas estables son nuevas. La dolarización no lo es. Hay una larga historia de otros países que utilizan el dólar para ahorrar y pagar, ya sea en efectivo o en depósitos bancarios. Muchos ejemplos de la era anterior a las stablecoins corroboran sin duda la afirmación de Miran de que la dolarización tiene consecuencias significativas para la política macroeconómica. Pero la historia también sugiere una razón importante por la que el juego de poder de las stablecoins de Estados Unidos podría no salir como él predice.El problema básico es que, por cada beneficio para el Tío Sam, la propagación global del uso del dólar conlleva un coste igual y opuesto para los países cuyos sistemas financieros se están dolarizando. Estos costes pueden ser mucho mayores, en relación con el tamaño de las economías extranjeras individuales, que los efectos positivos para EE UU.Como resultado, la dolarización ha estado históricamente lejos de ser una apuesta segura. En cambio, ha fluctuado con la capacidad de los Gobiernos extranjeros para resistirse a ella. En los años 80 y 90, la alta inflación y la volatilidad de los tipos de cambio hicieron que el uso del dólar fuera una opción atractiva para las empresas y los hogares de las economías más pobres. Un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI) de 2003 reveló que, a principios del milenio, la proporción de depósitos bancarios denominados en moneda extranjera en una muestra de 86 países en desarrollo oscilaba entre algo menos de un tercio en Asia y más de la mitad en Sudamérica.Sin embargo, las incómodas restricciones generaron una respuesta compensatoria. Las políticas y las instituciones mejoraron en las economías fuertemente dolarizadas. Los Gobiernos hicieron independientes a los bancos centrales, lo que ayudó a controlar la inflación, al tiempo que liberalizaron los mercados financieros y consolidaron sus finanzas públicas. Salvo en los casos de unos pocos países conocidos por sus desajustes macroeconómicos, como Turquía y Argentina, los incentivos para utilizar el dólar en vez de la moneda nacional disminuyeron drásticamente. Una reciente encuesta exhaustiva analizó los países que tenían más del 10% de sus depósitos bancarios dolarizados en 2000. En más de dos tercios de esos casos, la dolarización disminuyó en las dos décadas siguientes, a menudo de forma espectacular.Esta dinámica histórica nos enseña una lección básica. Los incentivos para que el resto del mundo se resista a la pérdida de soberanía monetaria son muy grandes. Si otros países se muestran proactivos a la hora de garantizar que sus propios sistemas de pagos y financieros sigan siendo competitivos, y que sus finanzas públicas sean sostenibles, es probable que las barreras a la colonización por parte del dólar sean elevadas. En otras palabras, la dolarización digital corre el riesgo de correr la misma suerte que la analógica, haciendo que los sueños de Miran de obtener dinero fácil sin ninguna repercusión inflacionista sean tan inalcanzables como siempre.Un escenario peor para EE UUTambién es posible un escenario aún más aterrador para EE UU. La apuesta de la Administración Trump por la supremacía de las monedas estables podría no solo fracasar, sino también resultar contraproducente.Desde el nacimiento del sistema monetario internacional moderno en la conferencia de Bretton Woods en 1944, otros países se han resentido por tener que utilizar el dólar como moneda internacional de facto. Pero nunca han logrado acordar una alternativa viable. El británico John Maynard Keynes propuso una moneda verdaderamente supranacional, el bancor, gestionada por una cooperativa multilateral, pero la idea fue rápidamente rechazada por EE UU. Lo más parecido que ha habido hasta ahora fue la introducción en 1969 del derecho especial de giro (DEG) del FMI: una unidad de cuenta internacional vinculada a una cesta de las cinco monedas de reserva más líquidas del mundo, en la que el organismo denomina las reservas de sus miembros. En 2009, el entonces gobernador del Banco Popular de China propuso elevar los DEG al nivel del bancor. Pero, una vez más, el golpe contra el dólar se esfumó.Eso podría estar a punto de cambiar. El valor indiscutible de la soberanía monetaria significa que el resto del mundo siempre ha tenido un motivo para acabar con el dominio mundial del dólar. Los DEG del FMI dan los medios para ello. La abierta búsqueda por parte de EE UU de un exceso de monedas estables globales puede crear ahora la oportunidad, lo que significaría que la cita del dólar con el destino podría estar al fin cerca.Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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